La maldita vida futbolística de Wolfram Wuttke.
El pasado domingo 1 de marzo nos despertábamos con la triste
noticia del fallecimiento de Wolfram Wuttke. Poco antes de las 5 de la
madrugada su corazón dejó de latir en un hospital de Lünen, una pequeña y
desconocida ciudad de Renania del Norte-Westfalia, en el que había sido
ingresado unos días antes tras sufrir una cirrosis hepática. No pudo superar el
coma en el que cayó debido al mal estado en el que se encontraban varios de sus
órganos como consecuencia, probablemente, del cáncer de mama que padecía
desde el año 2000.
Para quienes tuvimos la fortuna de seguirle
prácticamente durante toda su carrera, no hay duda de que se fue para siempre
un genio del fútbol. Nunca será recordado por sus títulos ni por las gestas
realizadas en algunos de los grandes clubes europeos, simplemente porque en su
carrera nunca hubo ni lo uno ni lo otro. Tuvo la oportunidad de haberlo hecho y
sus condiciones futbolísticas de sobra se lo hubieran permitido, pero Wuttke
simplemente optó por ser él mismo. Su carácter difícil le convirtieron en
un jugador siempre complicado de llevar y al que los problemas, si no los
buscaba, le venían solos.
Nacido hace 53 años en Castrop-Rauxel, a orillas
del Ruhr, comenzó a jugar al fútbol en uno de los equipos locales hasta que,
con 15 años, el Schalke 04 se fijó en su inmenso talento. Su progresión fue
meteórica. Con penas 18 ya estaba debutando con el primer equipo minero en
un partido de la DFB Pokal y, apenas tres semanas más tarde, lograba marcar su
primer gol en la Bundesliga. Corría la temporada 79/80 y su nombre comenzaba
a sonar con fuerza en el panorama nacional. Aquel año se asentó entre los
profesionales, disputando nada menos que 32 partidos de liga, pero la delicada situación
financiera del Schalke obligó a su traspaso al Borussia Mönchengladbach en
diciembre de 1980.
“Cuando íbamos a correr al bosque con el
preparador físico, solía esconderse para escaquearse de entrenar. Finalmente le
pillaron y Heynckes le obligó durante una semana a salir a correr solo conmigo”
(Wolf Werner, ayudante de Heynckes)
De la mano de Jupp Heynckes seguiría su camino
ascendente,
convirtiéndose en una buena alternativa dentro de una plantilla altamente
competitiva. Tuvo la oportunidad de jugar mucho (58 partidos) y de mostrar sus
condiciones para el juego de ataque (9 goles), si bien ya comenzaba a dar
muestras de su carácter rebelde, lo que la trajo más de un problema con su
técnico. La situación finalmente derivó en un regreso al Schalke 04 en
diciembre de 1982. El conjunto de Gelsenkirchen se encontraba inmerso en la
lucha por la permanencia, y a pesar de la magnífica aportación de Wuttke (7
goles en 16 partidos), aquella campaña tampoco pudieron evitar el descenso.
Sus actuaciones individuales no pasaron
desapercibidas para otros clubes. El HSV, que venía de lograr un
espectacular doblete Bundesliga-Copa de Europa en 1983, se había deshecho de su
pareja atacante Hrubesch-Bastrup y necesitaba encontrar reemplazantes
adecuados. Los elegidos resultaron ser Dieter Schatzschneider (Fortuna
Köln) y el jugador que hoy nos ocupa: Wolfram Wuttke. Y a orillas del Elba
regresaron los problemas, en este caso con un técnico duro y exigente como
Ernst Happel, que no toleraba que un jugador, por mucha calidad que tuviese, no
trabajase cada día al 100%. En Hamburgo dejaría una aceptable tarjeta de visita
de 15 goles en 58 partidos, unida a la sensación de que las expectativas
depositadas en él no se habían cumplido. Además, Happel no quería saber nada
más de aquel “enfant terrible” al que las multas y otras sanciones
disciplinarias no terminaban de meter en vereda.
Günter Netzer, que por aquellos años era el
manager del HSV y responsable de su fichaje, llegó a declarar en la cadena ARD
que “Wuttke es uno de los jugadores alemanes más talentosos de todos los
tiempos, pero su carácter le va a impedir tener una carrera exitosa”.
En noviembre de 1985 se marchó cedido al Kaiserslautern, donde su técnico
Hannes Bongartz retrasó su posición de delantero para convertirle en el
encargado de llevar la manija del equipo en la parcela ancha. Su protagonismo y
consecuente rendimiento mejoraron tanto que acabó siendo llamado para jugar con
la Mannschaft, si bien solo vestiría en cuatro ocasiones la camiseta
nacional (“Prefiero cuatro partidos a buen nivel antes que cincuenta de los
que nadie se acuerde…”).
Sin embargo, para un jugador como Wuttke era
imposible que lo bueno durase demasiado. Las magníficas actuaciones con el
1.FCK, su debut internacional con la selección absoluta y su presencia en los
Juegos Olímpicos de Seúl en 1988, donde rayó a un gran nivel y logró la medalla
de broce, dieron paso a nuevos problemas. Tras la marcha de Bongartz, la
relación con los nuevos inquilinos del banquillo del cuadro de
Renania-Palatinado (Josef Stabel primero y Gerd Roggensack después) volvió a
enquistarse. Wolfram perdió la ilusión y el fútbol dejó de ser lo más importante.
Sus actuaciones en el terreno de juego se volvieron insustanciales.
“Es imposible que haya estado en la Fiesta del
Vino. Todo el mundo sabe que yo solo bebo cerveza” (Wolfram Wuttke)
En la temporada 89/90 fue apartado del primer
equipo por el Kaiserslautern después de jugar 112 partidos y marcar 32 goles.
La única salida era hacer las maletas y buscar un destino en el que poder
reencontrarse con el fútbol. De esa manera le llegó una oferta para jugar en
la segunda división española con el Español de Barcelona, con el que logró
ascender a la máxima categoría y disputar una campaña en Primera División.
Apenas fueron 37 partidos (12 goles) los que jugó con la camiseta de los periquitos,
pero su inmensa calidad y muchos de sus increíbles tantos tardarán en ser
olvidados por los aficionados que le disfrutaron en el viejo estadio de la
Avenida de Sarriá.
Ya con 31 años regresaría a Alemania para
militar una última campaña en el 1.FC Saarbrücken. Allí tuvo la fortuna de
coincidir con Peter Neururer, otro de los pocos entrenadores que supo amoldarse
a la manera que tenía Wuttke de entender el fútbol. Sin embargo, otra vez el
destino le depararía una nueva fatalidad: después de jugar 23 partidos con los
del Sarre, se rompió el hombro y tuvo que abandonar el fútbol tras ser
declarado inválido para la práctica deportiva.
“Fue una figura trágica. Tenía clase y talento
para haber jugado 100 partidos con la selección. Dios le regaló todo lo que un
futbolista necesita. Su manejo de balón, su disparo y sus regates encandilaban
a los aficionados, pero fuera de los campos no tenía remedio” (Peter
Neururer)
Wolfram Wuttke siempre fue un fumador empedernido
que tuvo, además, frecuentes problemas con la bebida. Era bien sabido que
siempre llevaba algún cigarrillo metido en las medias para fumárselo a
escondidas en el baño justo antes de saltar al campo. También es de sobras conocida
la historia de su convocatoria para los JJOO de 1988, ya que el seleccionador
alemán Hannes Löhr no las tenía todas consigo a la hora de llevarle. Fue
finalmente otro jugador, Frank Mill, el que medió en el tema: ”Míster,
tiene que convocar a Wolfram. Póngalo conmigo en la habitación y yo me encargo
de vigilarle para que ni beba ni fume”.
Además, no le gustaba entrenar, fuente perenne de
problemas con varios de los que fueron sus entrenadores, y tampoco se cuidaba
en exceso en lo que se refiere a su alimentación, razón por la cual siempre
jugaba “pasado de peso”. En este sentido, se cuenta que Jupp Heynckes en más
de una ocasión le puso a dieta cuando militaba en el Borussia
Mönchengladbach. En su etapa en el HSV el austriaco Ernst Happel llegó a
catalogarle de “gusano” y de “parásito”. El propio Wuttke se
defendió años después señalando que “para el viejo yo solo era un
gilipollas…”.
Cuando uno recuerda la vida de Wuttke siempre
resulta tentador compararle, salvando las distancias, con el gran Mané Garrincha.
Y no solo por su vida azarosa y desordenada. También Wuttke tenía una
constitución física poco agraciada: sus piernas estaban arqueadas en forma de O
(como quien monta a caballo) y tenía un pie increíblemente pequeño. Sin
embargo, de la ‘desgracia’ supo hacer virtud, y su cuerpo era la clave de su
juego a la hora de desorientar al defensor rival con un regate o de sorprender
al portero con un disparo tremendamente preciso. Wolfgang Kleff, portero y
compañero suyo en Gladbach, comentó en su momento que “es uno de los pocos
jugadores capaces de golpear el balón con tanta precisión casi exclusivamente
con el exterior del pie. Y ello solo es posible gracias a ese pie tan peculiar
que tiene”.
Y por si faltaba algo, a nivel privado la vida tampoco
le sonrió en exceso a Wuttke. Una serie de malas decisiones llevaron en 1994 a
la quiebra a su empresa deportiva “Wolfram Wuttke Sportline”. Por otro
lado, su generosidad le llevó a prestar dinero a amigos y compañeros de equipo
que nunca se lo devolvieron. Y para cerrar el círculo, fue abandonado por su
mujer, con la cual tuvo un único hijo, Benjamin Wuttke, hoy en día jugador
profesional de golf.
En el año 2000 le fue diagnosticado cáncer de
mama, y aunque todo daba a entender que lo había superado con éxito, nunca se
supo a ciencia cierta cuál era su estado real.
Wuttke nunca quiso escribir una biografía, si
bien en una ocasión dijo que ya tenía pensado el título para la misma: “La
maldita vida futbolística de Wolfram Wuttke”. Viendo como fue su vida,
resulta evidente que ningún otro título resumiría mejor lo que fue la suya…
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